domingo, 26 de enero de 2014

La dictadura Eco

Antes de comenzar a exponer ejemplos sobre textos “abiertos” y “cerrados” según la forma de categorizar de Umberto Eco en su libro Lector in fabula, me gustaría dedicar unas espacio a cuestionar el modo de concebir la interpretación del texto literario del autor de En el nombre de la rosa, novela galardonada con el Premio Strega en 1981. Sucede que siempre me ha resultado cuestionable la concepción del Lector Modelo.

El capítulo dedicado a esta cuestión comienza así: “Un texto, tal como aparece en su superficie (o manifestación) lingüística, representa una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar” (Eco 73) afirmación que si no supiera que procede de un libro que habla sobre textos literarios, pensaría es un manual de algún aparato mecánico o de algún software que requiere indicaciones precisas para ser actualizado y procesado del mejor modo posible. ¿Realmente el efecto literario, el cambio de ánimo y la intriga pueden estar puntualmente planeados en el Autor para posteriormente ser enteramente decodificables de este único modo en el Lector para que pueda decirse que la obra cumple con su propósito ulterior?

Me cuesta mucho trabajo pensar en un escritor sentado frente a su mesa de trabajo, justo antes de escribir su obra, que reflexione en quién va a ser el lector al que se dirige y más allá, en qué tipo de elementos específicos debe brindarle el texto -aún no existente-, a este lector -incluso más inexistente-, para que comprenda justo, y aquí es en donde hago énfasis, lo que el escritor tenía planeado. Aun cuando Eco, habla de las problemáticas de interpretación en los textos realizados para un Lector Modelo, y refiere que hay veces en que por cuestiones no previstas o desconocimiento del lector, no puede interpretarse un texto tal y como estaba planeado, yo pienso que siguen por pasársele de largo varias cuestiones.

Menciona Eco:

Pero también puede ocurrir algo peor (o mejor, según los casos): que la competencia del Lector Modelo no haya sido adecuadamente prevista (las cursivas son mías), ya sea por un error de valoración semiótica, por un análisis histórico insuficiente, por un prejuicio cultural o por una apreciación inadecuada de las circunstancias de destinación (Eco 83)

y ya antes nos había hecho una analogía entre la estrategia militar de Napoleón y Wellington con la única distinción de que “en el caso de un texto, lo que el autor suele querer es que el adversario gane, no que pierda”, por lo cual parece que Eco concibe al ejercicio literario como una estrategia en la cual se debe de intentar adivinar de qué modo el lector verá el texto para adelantar uno o dos movimientos con tal de que, en el caso de un texto cerrado, se interprete lo que el autor desea.

               En lo que a mí concierne, la problemática de este tipo de análisis estriba en pensar que todo el acto creativo está formulado de un modo intencional y que se puede prever. Desde esa premisa, Eco asegura que cuando un texto es interpretado de un modo distinto al número y modos que el Autor previó, es el Lector aquel que no quiere entender.

Nada más abierto que un texto cerrado. Pero esta apertura es un efecto provocado por una iniciativa externa, por un modo de usar el texto, de negarse a aceptar que sea él quien nos use. No se trata tanto de una cooperación con el texto como de una violencia que se le inflige (las cursivas son mías) (Eco 83).

                Así, cualquier interpretación no prevista por el Autor, sería una violencia por parte del Lector que probablemente necesitaría de un manual de instrucciones para saber dónde debe delimitar su interpretación para no salirse de un marco intelectual definido y por lo tanto rígido.

                Además, incluso cuando Eco habla del Lector Modelo, me parece que su análisis más bien se encuentra centrado en el texto y cómo este debe ser leído como si una serie de pasos fueran a desdoblarse en un sujeto vacío, siempre y cuando tenga las competencias necesarias para interpretar el texto que como hemos dicho anteriormente, está íntimamente relacionado con la intencionalidad del Autor.

                En contraposición a esto, yo estoy más de acuerdo con Barthes en La muerte del autor, pero también con respecto a su concepto de mala lectura  en donde existen infinitas interpretaciones de los textos, ahora sí dependiendo del lector que se acerque a ellos pero también del momento en que ese mismo lector u otro vuelve a leerlo. Así, mi interpretación del libro Calacas de Rubén Bonifaz Nuño de esta mañana, variaría de la de una persona en Estambul de la misma obra, así como de la de mi amiga de la universidad, como también sería distinta de la que yo haré en unos días, y todas ellas serán malas lecturas ya que no existe una mejor forma de leer un texto. La misma interpretación del autor de la obra, sería una perspectiva más, otra mala lectura de las tantas existentes.

                Es justamente por lo anterior por lo que me parece en realidad imposible poder diferenciar un texto “abierto” de un texto “cerrado”, ya que no conozco la intencionalidad de aquel autor sentado frente a su escritorio que se dispone a escribir. Sin embargo para los propósitos del este análisis intentaré mencionar algún texto que me parezca más fácilmente interpretable de varios modos, así como otro en el que a primera vista, parezca haber una sola forma de leerlo.

                Como ejemplo de un texto cerrado, mencionaré Corazón Delator de Edgar Allan Poe, ya que a pesar de que al principio parece haber alguna incertidumbre de lo que sucede, y parece incluso que el corazón palpitante se encuentra debajo del personaje principal, existen ciertas marcas que nos dirigen a interpretar que la calidad anímica de éste en conjunto con la culpa, lo hacen pensar que hay un ruido que se escucha aunque en realidad sólo él pueda oírlo.

                Por otra parte, como ejemplo de un texto abierto, mencionaré el cuento El sur de Jorge Luis Borges que tanto ha costado a los críticos definir si se trata de un sueño, una alucinación o la muerte del propio Juan Dahlmann debido a que hay elementos que confirman una interpretación al mismo tiempo que no eliminan del todo otra, y hasta en momentos de la trama se contradicen.

                Hasta ahí mi análisis pero no mi cuestionamiento sobre lo que tan tajantemente afirma el aclamado escritor italiano.



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