Antes de comenzar a exponer
ejemplos sobre textos “abiertos” y “cerrados” según la forma de categorizar de
Umberto Eco en su libro
Lector in fabula,
me gustaría dedicar unas espacio a cuestionar el modo de concebir la
interpretación del texto literario del autor de
En el nombre de la rosa, novela galardonada con el
Premio Strega en 1981
. Sucede que siempre me ha resultado
cuestionable la concepción del Lector Modelo.
El capítulo
dedicado a esta cuestión comienza así: “Un texto, tal como aparece en su
superficie (o manifestación) lingüística, representa una cadena de artificios
expresivos que el destinatario debe actualizar” (Eco 73) afirmación que si no
supiera que procede de un libro que habla sobre textos literarios, pensaría es
un manual de algún aparato mecánico o de algún software que requiere
indicaciones precisas para ser actualizado y procesado del mejor modo posible. ¿Realmente
el efecto literario, el cambio de ánimo y la intriga pueden estar puntualmente
planeados en el Autor para posteriormente ser enteramente decodificables de este único modo en el Lector para que pueda decirse que la obra cumple con su propósito ulterior?
Me cuesta
mucho trabajo pensar en un escritor sentado frente a su mesa de trabajo, justo
antes de escribir su obra, que reflexione en quién va a ser el lector al que se
dirige y más allá, en qué tipo de elementos específicos debe brindarle el
texto -aún no existente-, a este lector -incluso más inexistente-, para que
comprenda justo, y aquí es en donde
hago énfasis, lo que el escritor tenía
planeado. Aun cuando Eco, habla de las problemáticas de interpretación en
los textos realizados para un Lector
Modelo, y refiere que hay veces en
que por cuestiones no previstas o desconocimiento del lector, no puede
interpretarse un texto tal y como estaba planeado, yo pienso que siguen por
pasársele de largo varias cuestiones.
Menciona Eco:
Pero también puede ocurrir algo
peor (o mejor, según los casos): que la competencia del Lector Modelo no haya sido adecuadamente prevista (las
cursivas son mías), ya sea por un error de valoración semiótica, por un
análisis histórico insuficiente, por un prejuicio cultural o por una
apreciación inadecuada de las circunstancias de destinación (Eco 83)
y ya antes nos había hecho una
analogía entre la estrategia militar de Napoleón y Wellington con la única
distinción de que “en el caso de un texto, lo que el autor suele querer es que
el adversario gane, no que pierda”, por lo cual parece que Eco concibe al
ejercicio literario como una estrategia en la cual se debe de intentar adivinar
de qué modo el lector verá el texto para adelantar uno o dos movimientos con
tal de que, en el caso de un texto cerrado, se interprete lo que el autor
desea.
En
lo que a mí concierne, la problemática de este tipo de análisis estriba en
pensar que todo el acto creativo está formulado de un modo intencional y que se
puede prever. Desde esa premisa, Eco asegura que cuando un texto es
interpretado de un modo distinto al número y modos que el Autor previó, es el
Lector aquel que no quiere entender.
Nada más abierto que un texto
cerrado. Pero esta apertura es un efecto provocado por una iniciativa externa,
por un modo de usar el texto, de negarse
a aceptar que sea él quien nos use. No se trata tanto de una cooperación
con el texto como de una violencia que se
le inflige (las cursivas son mías) (Eco 83).
Así,
cualquier interpretación no prevista por el Autor, sería una violencia por parte
del Lector que probablemente necesitaría de un manual de instrucciones para
saber dónde debe delimitar su interpretación para no salirse de un marco
intelectual definido y por lo tanto rígido.
Además,
incluso cuando Eco habla del Lector Modelo, me parece que su análisis más bien
se encuentra centrado en el texto y cómo este debe ser leído como si una serie
de pasos fueran a desdoblarse en un sujeto vacío, siempre y cuando tenga las competencias necesarias para
interpretar el texto que como hemos dicho anteriormente, está íntimamente
relacionado con la intencionalidad del Autor.
En
contraposición a esto, yo estoy más de acuerdo con Barthes en
La muerte del autor, pero también con
respecto a su concepto de
mala lectura en donde existen infinitas interpretaciones de
los textos, ahora sí dependiendo del lector que se acerque a ellos pero también
del momento en que ese mismo lector u otro vuelve a leerlo. Así, mi
interpretación del libro
Calacas de
Rubén Bonifaz Nuño de esta mañana, variaría de la de una persona en Estambul de
la misma obra, así como de la de mi amiga de la universidad, como también sería
distinta de la que yo haré en unos días, y todas ellas serán
malas lecturas ya que no existe una
mejor forma de leer un texto. La misma interpretación del autor de la obra,
sería una perspectiva más, otra
mala
lectura de las tantas existentes.
Es justamente por lo anterior por lo que me parece en realidad imposible poder diferenciar un
texto “abierto” de un texto “cerrado”, ya que no conozco la intencionalidad de
aquel autor sentado frente a su escritorio que se dispone a escribir. Sin
embargo para los propósitos del este análisis intentaré mencionar algún texto
que me parezca más fácilmente interpretable de varios modos, así como otro en
el que a primera vista, parezca haber una sola forma de leerlo.
Como
ejemplo de un texto cerrado, mencionaré Corazón
Delator de Edgar Allan Poe, ya que a pesar de que al principio parece haber
alguna incertidumbre de lo que sucede, y parece incluso que el corazón
palpitante se encuentra debajo del personaje principal, existen ciertas marcas
que nos dirigen a interpretar que la
calidad anímica de éste en conjunto con la culpa, lo hacen pensar que hay un
ruido que se escucha aunque en realidad sólo él pueda oírlo.
Por
otra parte, como ejemplo de un texto abierto, mencionaré el cuento El sur de Jorge Luis Borges que tanto ha
costado a los críticos definir si se trata de un sueño, una alucinación o la
muerte del propio Juan Dahlmann debido a que hay elementos que confirman una
interpretación al mismo tiempo que no eliminan del todo otra, y hasta en
momentos de la trama se contradicen.
Hasta
ahí mi análisis pero no mi cuestionamiento sobre lo que tan tajantemente afirma
el aclamado escritor italiano.